Caminar(16):calle del Comercio hacia el mar

La calle Comercio o del Comercio como se la conoció en su origen, hasta parece linda un domingo a las 9 de la mañana. Será por la provinciana tranquilidad, que no logra engañar del todo a sus caminantes habituales. A esa hora, ella pertenece a los pájaros, en punto alto de su primavera. Y a los árboles verdes, plátanos, paraísos y jacarandás, que vigilan las veredas cubiertas del polvillo de la estación. Un poco también, a los paseantes domingueros, que con sus ropas algo deportivas, bajan rumbo a la rambla. Todo termina en el mar, hasta ese viento que suele formar como un tubo, nos va a dejar allí. Comercio tiene ese micro-clima, que llamo efecto tubo hacia el mar. En la temprana mañana, libre de las prisas de la semana, hay pocos comercios abiertos que le hagan honor al nombre antiguo de la calle, que devino en nombre de Mariscal paraguayo después. La pereza dominguera arrastra a todos, pero cuando tomamos ritmo, ella nos tira en la rambla frente al mar y ahí es otra historia. La vista se ensancha, el pecho se infla y el cuerpo entero quiere más aire, más playa, más vista, más sol. Pero se disfruta también el trayecto en el tubo, más si es arbolado y con pájaros revoloteándote en la cabeza. Algún jardín aporta además del aroma, sus florecillas blancas de jazmín del Cabo, que se escapan de la reja y ya no son de nadie. Me encanta armarme un ramito y llevarme para la caminata. Andar dejando un aroma robado al pasar. En el paseo, el lamento dolorido de un perro que en el portón despide a su dueña, de tan lastimero, me conmovió. Ella vestida muy formal y con auriculares puestos, parecía no oírle, o ya acostumbrada a sus quejidos se dejaba ir. Agradecí que los gatos no maúllen en la puerta cuando una se va y sí cuando llega, se quejan de todo lo que les faltó en su periplo de soledad. Los gatos mienten al recibirnos. Aunque nos aman, en realidad disfrutan de estar solos. Pero es tan lindo su mentir ronroneante y seductor, mientras se entrecruzan entre las piernas cansadas del día. Mienten que nos extrañan y les creemos, de pura fascinación que nos provocan. Ese perro no mentía, sufría de veras, un aullido agudo desde el corazón. Y las dos patitas delanteras en la reja del portón, la mirada, daba pesar. ¿Qué les pasará a los perros en las despedidas? Más abajo una pequeña niña en su jardín perseguía a un gato que se refugiaba bajo un florido jazmín paraguayo. Flores violetas y blancas, un viaje hacia el jardín de la abuela en la infancia. El mar se va dejando ver desde antes, como si la calle Comercio terminara adentro del mar, sin rambla, sin arena. Al final de la calle, hay barcos en el agua. Otro efecto mágico de la bajada. Avenida Rivera y Avenida Mariscal Francisco Solano López, que ese es ahora el nombre propio de la calle del Comercio, es una locura de viento. Efecto no buscado de las Torres Diamantis, que allí están como tres gigantes perdidos en un paisaje de casas bajas. A esas gigantes los conozco de chiquitas, desde que eran solo un montón de ladrillos, una chimenea altísima y montones de cristal. De Cristales a Diamantis, un largo trayecto. Paso por ellas, una vez más. Es raro ver ahora mi reflejo de caminante en el mármol negro de su entrada. Camino por el mármol pulido, hacia adelante y hacia atrás. En esa esquina del viento, siempre suceden extrañas cosas. Y ahí no más el mar, espera.

Esta entrada fue publicada en Miradas, Otras puertas, Recorridas y etiquetada , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario